jueves, 25 de agosto de 2016

RAFAEL ÁNGEL HERRA: 'Artefactos'

Entrevista con el escritor Rafael Ángel Herra sobre su último libro, 'Artefactos'


En su último libro, el escritor tico toma el punto de vista de 111 instrumentos mudos: los dramas de la brújula, las escaleras, una bolsa de basura y hasta los conflictos existenciales del papel higiénico.


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El escritor Rafael Ángel Herra se inspiró en una anécdota propia para su nuevo libro de cuentos. (ALBERT MARÍN)

En su último libro de relatos cortos, Artefactos, el escritor Rafael Ángel Herra propone, empático, ponerse en los zapatos de los objetos de los que se sirve el ser humano. El ejercicio suena como el más sencillo de los trabajos literarios: ¿qué tanto puede pensar o sentir una servilleta de papel? ¿Qué preocupaciones podría tener un molino de viento? ¿Por qué el papel higiénico renegaría de su trabajo si es mudo?
"Podría decirse que cada libro que uno se propone es un desafío, en este caso fueron múltiples desafíos. Yo tenía una idea de que todo se iba a hacer sobre instrumentos y su oficio, eso me daba una unidad", explicó el escritor por teléfono en una entrevista con Viva. "Cada cuento es un cuento corto que tiene algo de relato y algo de drama teatral".

El libro, publicado por Uruk Editores, contiene 111 historias desde esas perspectivas: la conciencia humana experimentada por los instrumentos que no tienen conciencia humana.  Algunos de los cuentos serán interpretados por la actriz Yesenia Artavia.

–¿Cómo realizó la selección de los artefactos?
–Es, un poco, la génesis del libro. ¿Cómo se origina? Una vez, con unos amigos alemanes, estábamos en el volcán Poás y me preguntaron dónde estaba el Norte. Dos sacamos el teléfono para ver la aplicación de la brújula y fue una sorpresa porque las brújulas marcaron diferente.
Nos sorprendimos y después nos dimos cuenta de que la cercanía de los teléfonos influyó en la dirección (que marcaron). Observando eso se me ocurrió hacer un cuento sobre una brújula que discrepaba con las demás...
De ahí a que se me viniera a la cabeza una colección de monólogos, microrelatos, casi todos en primera persona, de objetos que hablan de su oficio, no fue más que un paso.
En realidad, el orden en el que están no es el orden de escritura. Nacieron de un mismo impulso todos. Se me iba ocurriendo un tema, otro objeto, o me tanteaba...
La escalera, por ejemplo, fue uno de los primeros. La escalera de pronto puede sentirse humillada porque la pisotean y por eso dice que quisiera no tener peldaños. La gota le tiene miedo al sol porque la pueden evaporar, luego se da cuenta que no puede estar en el libro porque no es un instrumento y se siente desplazada, fuera de lugar.
¿Se imagina? Uno se pone en la situación de los artefactos o instrumentos y termina creyendo que los artefactos viven esas situaciones. No solo era importante el impulso creativo –ir encontrando los temas–, sino escribirlos, creando esa especie de seguridad: que el lector iba a sentir vivos a los instrumentos.
–Usted habla del drama pero los textos tienen mucha comedia negra...
–La comedia negra tiene mucho de drama. En algunos casos es trágico lo que siente el instrumento pero al mismo tiempo resulta humorístico. Ese es uno de los fines de la escritura: lograr esa tensión entre drama y humor.
El punto y coma sufre esa crisis de identidad porque no sabe si es coma o es punto. O bien están esos otros instrumentos que se sacrifican por los demás y su vida acaba cuando cumplen la función, como el purgante o el condón.
–¿La personalización de los artefactos corresponde a problemas humanos?
–El desafío de la escritura de textos así es que parezcan humanos y reproduzcan tensiones humanas, pero que sigan siendo los objetos que hablan, que no pierdan su identidad. De esa identidad surge su tragedia y surge su identificación con tensiones humanas equivalentes.
–¿Qué reflexión espera que saquen los lectores del libro?
–Creo que puede ser muy variada porque depende con cuál instrumento se identifique el lector. Algunos pueden que esten mas cercano que otros. En el fondo, cada relato hace de espejo.
–¿Con qué artefacto se siente más cercano usted?
–Yo, con todos. Con los más dramáticos y menos dramáticos. Con los más humorísticos y lo más soñadores. En algunos hay un rescate, en otros hay una miseria. Todos nos sentimos a veces rescatados y a veces miserables.
–¿Qué lugar tiene este libro en una carrera que ha hecho prosa y lírica?

–El relato corto lo he trabajado desde el principio, entre otras cosas, y me ha gustado. Nunca lo he dejado, aunque he cambiado de género o énfasis.
Desde el tema de la era prodigiosa, que era entre lo fantástico y alegórico, hasta en la ciencia ficción en Viaje al reino de los deseos, en la parodia del realismo en D. Juan de los manjares (estaba) lo poético.
No es que yo haga prosa poética pero trato de refinar mucho el estilo, elevarle el tono como corresponda. En estos relatos a veces se siente casi un tono poético pero con un referente. La poesía lírica no tiene referente externo al texto, pero en este libro siempre hay un referente externo al texto.
El tono lírico es una forma de humanizar más al personaje. El mejor ejemplo es el que uno se imagina imposible convertirlo en poesía: el monólogo del papel higiénico. Es el más poético de todos los microrelatos: quiere salir de la desesperación de su oficio soñando en convertirse en alas de ángel. Algo lo vuelve a la realidad: saber que los ángeles no existen.
Aunque he pasado por diferentes géneros he encontrado distintas maneras de cultivarlo (el relato corto). A veces con recursos míticos, a veces con recursos poéticos y, en otros casos, partiendo de un material realista como estos artefactos y como la fábula de La divina chusma. En realidad estos textos son un paso adelante con respecto a La divina chusma.

FUENTE:   Resultado de imagen de LOGO DE LA NACION DE COSTA RICACosta Rica.


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