jueves, 28 de mayo de 2015

FERNANDO LÓPEZ DEL OSO: «Asesino de políticos»


La última novela de Fernando López del Oso hilvana una trama policiaca y destila humor negro. Pese al título, dice: «No se me puede acusar de incitar a la violencia, sino de burlarme de los que nos indignan a diario». «El pueblo puede liquidar a los políticos que no le gustan en las urnas»


«El auténtico asesino de políticos es el político corrompido, manipulador y falso»

Fue Premio Minotauro en 2009 con su novela «El templo de la Luna», mas Fernando López del Oso tiene tanto conocimiento de lo que acontece sobre el asfalto, como viajero impenitente, que de aquel mundo interestelar. Esta vez, con su última novela, se ajusta al cuerpo la bandera de la ironía para hacer patria de una manera particular: con una acerba reprobación a la clase política, a través de un «asesino» de dirigentes con los que no pretende hacer sangre, sino espolear conciencias.
Con sarpullido hacia el estrato que rige, hay elementos de crítica social en su «Asesino de políticos» (editado por Stella Maris), de novela policiaca y también muchos retazos de humor negro. En lo irreal, fulmina con su pluma a un consejero de Transportes. Nada más lejano a sus intenciones certeras, con las que no quiere que se le acuse de instigar ideas virulentas, sino de contribuir a esa infraestructura que es la salvación de la España democrática y arrancarla de manos tramposas. Camina en la línea de Alejandro Magno cuando decía aquello tan repetido de «cuando un nudo no se puede deshacer, la única solución es cortarlo».

«A veces tenía la sensación de que políticos se corrompían como favor a mi novela»

-La primera pregunta que surge es si realmente es un libro ficticio sobre un país imaginario. ¿Cuánto hay en la obra de la España actual?
-Nada, por supuesto... [fina ironía] Un país con unos ciudadanos exprimidos, hartos y más allá del límite de la paciencia con sus políticos, por los que se sienten estafados; una clase política viciada, bajuna, manipuladora, que mira por sus negocios y chanchullos más que por los ciudadanos a los que debería administrar con al menos eficacia, ya que no brillantez... Todo esto, claro, pertenece al país de la novela, al mundo de la ficción literaria. En España disfrutamos de unos políticos preclaros y dignísimos, y lo celebramos a diario, felices, con vítores y palmas.
Sí que ha habido algunos escándalos y espectáculos vergonzantes de los que salen en las noticias que me han podido servir de inspiración -a veces tenía incluso la sensación de que los hacían como un favor personal hacia mí, para facilitarme la novela-.

-Permítame preguntarle el porqué de esta novela entonces...
-Pues, la verdad, quería darme un desquite. Para mí y para todos. Uno bueno de verdad. Creo que nos lo hemos ganado después de todo lo que estamos soportando, ¿no?
Me hacía mucha gracia, cuando estaba escribiendo y alguien me preguntaba de qué trataba la novela en la que estaba trabajando, ver la expresión que se le quedaba cuando se lo contaba. Esas risas feroces, con el colmillo asomando, esas miradas de complicidad, y siempre la misma pregunta: ¿Y cuándo dices que podremos leerla?

«El problema es cuando todos saben que el emperador va desnudo menos él»

-¿No teme que le acusen de humor negro? Sé que es una novela negra, pero no le parece peligroso presentar ante una sociedad hastiada a un asesino de políticos. ¿Está dando ideas?
-No creo que se me pueda acusar de incitar a la violencia. No es una novela de violencia explícita, ni desagradable. Lo crudo produce rechazo, y esta novela ofrece una venganza liberadora y libre de culpabilidad. La venganza viene, más que por el Asesino, por el gusto de dejarles en evidencia, retratados, a veces con sus propias palabras. De burlarme con ironía de esos que nos indignan a diario sí que se me podría acusar, pero eso no creo que ningún lector me lo afee.

-Porque... en esta novela, ¿quién o quiénes son realmente los malos: el asesino o los políticos?
-En esta novela los malos son los que pierden la ética y cometen tropelías. Una persona que asesine, más allá de la legítima defensa, será malo. Un político que se corrompa y traicione la confianza de los ciudadanos a los que representa, será malo. Más que por pertenencia a un grupo determinado, la maldad resulta de una elección personal.

«Hemos llevado la democracia tan lejos que ya no sabemos qué significa»

-Servir al pueblo es la finalidad de la democracia. ¿Cuánto cree que en España se ha perdido de democracia en más de 35 años de andadura? ¿Qué opina usted?
-Hemos llevado la democracia tan lejos que ya no sabemos bien lo que significa. Por supuesto que España vive en democracia, pero... ¿de qué calidad democrática hablamos? Pues depende de con qué ideal de democracia nos comparemos.

-Cuando se describe a la clase política del libro como vil, corrupta, incompetente y egoísta que solo vela por sus intereses está homogeneizándola. ¿Usted cree que no se salva ninguno de nuestros gobernantes?
-El problema es cómo llegan a donde están. La gente tiene la impresión de que para llegar alto en un partido político hay que tener un estómago a prueba de bombas. La de cabezas que habrá que pisar, la de navajazos bajos que dar para despejarse el camino, los favores, los encubrimientos, los chantajes… Es como subir por una cucaña, esos postes untados de grasa en los que ponían un jamón en lo más alto. El que llega arriba y lo coge ha de ser por fuerza el que más se ha manchado. Ahora bien, sí creo que hay políticos dignos. Otra cosa es que el foco de atención se centre en los que no lo son.

«Creo que sí hay políticos dignos; pero el foco se pone en los que no lo son»

-En la España de hoy, ¿con quién podríamos comparar al asesino de políticos?
-Yo creo que, al final, el auténtico asesino de políticos es el político corrompido, manipulador y falso. El que está metido en chanchullos, el que acumula esqueletos en el archivador secreto del despacho. Ése es el que revuelve los ánimos y mueve a la remodelación.

-¿Cree que se llegaría un día a esto, al asesinato de un político, porque ya se han dado casos en otros países, como Olof Palmer en un Estado tan supuestamente civilizado como Suecia...?
-En un país civilizado, el pueblo puede liquidar a los políticos que no le gustan en las urnas. Y antes de llegar a eso hay medios que denuncian, policías que investigan, fiscales que actúan y jueces que aplican la ley que limita, que ha de limitar, a esos políticos.
                                                  «El auténtico asesino de políticos es el político corrompido, manipulador y falso»

-Pero, insisto, ¿considera que el hastío y hartazgo de la sociedad puede conducirle sinceramente un día a cometer un atropello como el descrito en la publicación?
-Espero que no. En mi novela retrato un sistema político que está corrompido en su totalidad. En él los ciudadanos no encuentran posibilidad de cambio: todas las opciones políticas les parecen lo mismo. Y eso genera en ellos una frustración que se vuelve intolerable, una desesperación que puede desembocar en la violencia. Afortunadamente parece que estamos lejos de eso. El propio sistema intenta renovarse y genera vías que permiten canalizar de manera democrática esa necesidad de reinvención que parece que la sociedad está demandando.
-¿Su ego, el de los políticos actuales claro, también les acabará matando?
-Para ser político hay que tener ego. El problema es cuando todos saben que el emperador va desnudo menos el propio emperador, porque nadie se lo dice. O porque prefiere hacer oídos sordos a los comentarios que le llegan.

«Soy marxista, pero de Groucho Marx»


-¿Ha pensado alguna vez en un término muy campechano metafóricamente hablando que se «cargaría» a algún dirigente por lo que está haciendo y a quién?
-Afortunadamente no me veo haciendo eso; retomando lo que hablábamos antes, no he perdido la ética que me salvaguarda de transformarme en un asesino. Mi fuerza radica en la escritura, mis dardos son palabras. Ellos se ponen en la diana por méritos propios, por sí mismos. Sólo he de darles espacio, no les hace falta mi ayuda para quedar retratados.

-Si me lo permite, y sin pecar de intromisión personal, ¿cómo le gusta a usted definirse políticamente?

-Marxista, pero de la rama de Groucho. Groucho Marx decía que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Eso yo lo refrendo.


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